Bueno, parece que he sobrevivido a mi primer mes de formar parte de tres clubes de lectura y de gestionar eventos para dos de ellos. Así que brindo por ti, que me lees. Estos son los títulos que me han podido entrar por los ojos a lo largo de estos días:
1.- El
rey recibe, de Eduardo Mendoza.
Este
libro me lo regaló mi hermano, hace unos meses. Varias personas de mi entorno
ya lo estaban leyendo por entonces y yo he tenido que esperar un poco, pese a
los comentarios positivos que me iban haciendo llegar.
Tengo
relativamente frescos La insoportable
levedad del ser y La noche de las
mariposas, dos novelas que plasman algunos fenómenos sociales que se tocan
de pasada en esta lectura, como son la Primavera de Praga y el cabaret, y que
me han ayudado a hacerme una idea de cómo estaba el percal social, político y
cultural en Checoslovaquia y en Barcelona, respectivamente, entre los 60 y los
70.
No
conocía el detalle de que este tomo es el primero de una trilogía denominada
Las Tres Leyes del Movimiento, la cual tiene previsto recorrer los principales
acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX. En efecto, en esta parte el
autor ya retrata la dictadura en España, con toda su represión y sus reaccionarios
seguidores.
Y
lo hace de la mano de Rufo Batalla, un aspirante a periodista desganado que
pretende encontrar la emoción sin esfuerzo alguno, y un surtido de personajes –ficticios
y reales–, de lo más disparatado, muy representativos del panorama de la época,
que me han llevado a soltar más de una carcajada. A posteriori se me han
ocurrido una serie de comparaciones odiosas, la mar de divertidas.
2.- Donde
siempre es octubre, de Espido Freire.
Conseguí
este ejemplar gracias a una de las periódicas donaciones que hacemos los
integrantes del Club de las Letras de Santa Fe. Leí Irlanda el año pasado por estas fechas y ya me hice una idea de los
universos intimistas, de exquisita belleza, y de los personajes aficionados a
vivir de cara a la galería a la vez que cultivan sus demonios interiores que se
saca la autora de la manga.
En
este libro, la historia transcurre en una ciudad de la que más de un habitante
ansía escapar y a la que todos acaban regresando. Con una atmósfera melancólica
y semi onírica, se alternan la primera persona y la tercera para crear una voz
coral que recalca las envidias, las injusticias, las palabras que nunca llegan
a decirse en el momento oportuno, las vidas echadas a perder, la bajeza, el
maltrato sutil de quien sabe manejar a los demás. Se retratan con un deje de
costumbrismo el suicido, el incesto, las traiciones de todo tipo, las
enfermedades y las deudas de honor.
Los
personajes se perfilan con claridad a partir de pinceladas precisas que ponen
de manifiesto toda su humanidad. Tanto en los que en apariencia son más fríos,
al igual que en los más pasionales y en los que no destacan por temple alguno,
vemos su comportamiento justificado, ya sea por la indolencia de su infancia,
por la sordidez de su existencia o por el mero gusto de jugar a ver qué sucede.
Me
encanta esa ciudad dividida entre el norte y el sur; entre la burguesía y la
clase obrera donde cada cual, desde su prisma, se enfrenta al tedio de unos
días que parecen siempre iguales, y donde prevalece la opinión de que las cosas
siempre seguirán así, aunque en el fondo ansían que los acontecimientos se
desencadenen de manera rotunda, para evitar involucrarse.
Y,
en efecto, Oilea termina por desvanecerse cuando la revuelta del sur y el acoso
del norte van más allá de lo previsto, de modo que bien debió estar lo que bien
acabó.
3.- Plenilunio,
de Antonio Muñoz Molina.
Este
libro lo leí en 1997; fue mi premio al mejor trabajo literario presentado en el
concurso que organizaba el instituto donde cursaba COU. Recordaba que, como
novela policíaca, era más elegante que otros títulos que había leído en años
anteriores, que los dos primeros capítulos eran brillantes –el primero por la
metodología del inspector y el segundo por la manera en que presenta al
tremendo Padre Orduña– y que me agobió el estilo de escritura, pues entremezclaba
la narración con los pensamientos de los personajes y daba constantes saltos en
el tiempo, así como que algunos pasajes fuesen tan reiterativos.
¿Por
qué me lo he vuelto a leer? He cometido la locura de alistarme en el Club de
lectura de Cúllar Vega. Y esta es la primera propuesta del curso. Francamente,
a los diecisiete años se me escaparon muchos detalles, de modo que me alegro de
haberlo hecho.
Ahora
entiendo que ese vaivén temporal está más que controlado y que ese estilo
narrativo responde a las obsesiones de los protagonistas. Me encanta el retrato
psicológico que se hace de cada uno de ellos, desde el padre Orduña hasta la
señorita Susana, pasando por el asesino y el propio inspector. Queda patente
que cada cual es uno mismo por sus circunstancias. Hablando del personaje de
Susana, supongo que es coincidencia pero, cuando se describe su experiencia
matrimonial y los años de criar a su hijo en soledad, me ha transmitido la
misma sensación con la que Elvira Lindo se retrataba como personaje en Lo que me queda por vivir.
El
sentimiento de culpabilidad del anciano cura por la educación hiriente y
represiva que aplicó a los huérfanos a su cargo y la amenaza reiterada de que
“la cara es el espejo del alma”, condicionan al inspector durante casi todo el
relato, llevándole a un estado de alerta permanente. No obstante, es su
experiencia en la investigación y los detalles que solo podían aportar las buenas
observadoras –las descripciones, la constancia de la luna llena– lo que hace
que el inspector vaya sacudiendo su insensibilidad en aras de su sexto sentido.
La
cadena de acciones y repercusiones que une a unos y a otros es de una humanidad
agobiante. La culpa está presente en todos ellos,en realidad, excepto en el asesino. Sin embargo, su doble moral le lleva a cultivarse una reputación
intachable de cara a los conocidos de esta ciudad de provincias –que, aunque no se
mencione, parece que se trata de la literaria Mágina– mientras que, a solas con
su cabeza, su frustración y su odio sistemático hacia todo cobran vida propia.
Imposible no sentir cierta empatía ante esa faceta de marginado.
Me
encanta el cierre de doble cazador cazado y cómo se juega con las expectativas
del lector con un final lo suficientemente abierto como para que cada cual
imagine a su gusto.
4.- Todas
las mujeres alguna vez, de Tarha Erena Alora. Ilustraciones de Irene
Bofill.
Hemos
propuesto esta lectura para iniciar el nuevo curso en el Club de Lectura
Feminista y LGTBI «Lees Otras Cosas». Se trata de uno de esos libros-joya que
entran por el ojo, un poemario ilustrado compuesto de reflexiones expresadas en
prosa poética, que analiza la cualidad multifacética de las mujeres.
Tarha
es una mujer valiente y visceral que destripa la condición femenina tras
sumergirse en ella, desde la jugosa cita de Alejandra Pizarnik que abre su
texto, hasta la página final, en la que apela a cada lectora a reconocerse y
aceptarse. Y es que, verso a verso, una descubre que no puede prescindir de
ningún rasgo de su ser, por mucho que predomine uno y otro. En estos tiempos
convulsos, de constante cambio –y forzosa adaptación al mismo– en los que
todavía recordamos lo que nos enseñaron de pequeñas y, sin embargo, aún no
hemos decidido a qué dedicarnos cuando seamos mayores, las mujeres nos vemos en
medio de infinidad de corrientes que nos arrastran.
Qué
lejos queda el discurso de nuestras antepasadas: «Las mujeres tenemos que saber
hacer de todo». Y, pese a ello, es una máxima que sigue de actualidad. Si bien
las ocupaciones diarias y las aspiraciones han cambiado, la versatilidad es la
etiqueta que siempre nos caracteriza. La única diferencia es que antes esas corrientes
eran una imposición: la casa, el marido, los hijos, la abnegación. Ahora, las
corrientes que nos sacuden nos llevan a probarnos
y a retarnos de manera continua. Estudiamos, viajamos, trabajamos, decidimos,
parimos, criamos, cuidamos, educamos, compartimos, salimos, entramos...
Vivimos. Y, en cada una de estas facetas, nos descubrimos, nos aceptamos.
Lo
tenemos todo y estamos aquí para no perdernos nada. Podemos ser amantes,
viajeras, sabias, amigas, profundas, locas, sufridoras, madres, guerreras.
Somos todo lo que nos haga falta ser, sin tener que renunciar a ser niñas. Todo
eso nos recuerda Tarha, como en un viaje ancestral a lo más arraigado de
nuestra estirpe, en este canto al autoconocimiento y a la sororidad.
5.- «Insólitas. Narradoras de lo fantástico
en Latinoamérica y España», edición de Teresa López-Pellisa y Ricard Ruiz
Garzón.
Andaba
detrás de este libro desde que escuché hablar a Teresa López-Pellisa, junto a
Sofía Rhei, Lola Robles y Elia Barceló en el I Golem Fest de Valencia, hace un
año aproximadamente. Hasta que al final lo he recibido como regalo. ¡Y qué
regalo!
Pese
a que las 500 páginas –entre la introducción y los textos– asustan, el libro se
lee muy rápido, puesto que se trata de relatos, algunos de ellos bastante
breves. Las
antólogas han hecho una labor excelente al recopilar una historia de cada
autora entre las numerosas que tenían en su haber literario. Pese a que han
cercado la búsqueda en autoras que cultivan el cuento de manera asidua y han
publicado al menos un libro de relatos o cuentan con algunos relatos en
antologías relevantes, el trabajo es digno de elogio.
En
esta compilación, hay temáticas variadas, la vastedad de la condición femenina
plasmada con riqueza y diferentes enfoques a la hora de abordar lo insólito, ya
sea entremezclado con lo cotidiano o carente de ello.
Debo
decir que he descubierto a numerosas autoras latinoamericanas, cuyos cuentos me
han cautivado. Sus letras, sus temáticas, su manera de sentir. Qué pena no
haber tenido acceso antes a ellas, porque me he perdido algo grandioso. Sin
desmerecer a nuestras autoras, por supuesto. Lo que pasa es que a la mayoría de
ellas sí las conocía.
Historias
como Mi hermana Elba, de Cristina
Fernández Cubas, La densidad de las
palabras, de Luisa Valenzuela, Abel,
de Anacristina Rossi, El huésped, de
Amparo Dávila, Yo, cocodrilo, de
Jacinta Escudos, Gracia, de Susana
Vallejo y El ángel caído, de Cristina
Peri Rossi me han llegado al alma.
Ojalá
pronto una segunda antología.
6.- Binti.
La mascarada nocturna, de Nnedi Okorafor. Traducido por Carla Bataller
Estruch.
Conseguí
este libro cuando Carla y Elena, editoras de Crononauta, vinieron a la Librería
Bakakai de Granada a presentarlo. Tenía que completar la trilogía.
Conforme
he ido siguiendo la evolución del personaje principal, más he podido admirar la
verosimilitud con la que ha sido construido. Binti es una joven de 17 años, con
una gran madurez y, sin embargo, con la inocencia típica de su edad. Como mujer
arraigada en las costumbres familiares y locales de su tribu, la himba muestra
un fuerte sentido del deber y la obediencia. No obstante, su condición de maestra armonizadora y
su afán de conocimiento hacen que se cuestione algunas de las imposiciones y
restricciones a las que se ve sometida.
Este
tomo está narrado en primera persona, salvo tres breves capítulos, que se
cuentan en tercera persona. Una vez más me han sorprendido los constantes giros
de la trama, las segundas intenciones de algunos personajes, o cómo se
entremezclan la ciencia y la espiritualidad. Y el alcance de algunas acciones
frente a la insignificancia de otras.
Lo
más espectacular es el final abierto. La de ideas que suelta la autora en cada
página es un anticipo de la cantidad de ideas que quedan en el aire, calculando
sus posibilidades de ser, cuando la historia llega a su fin.
2 comentarios:
¡Binti regresa! No voy a ser el único que se alegre por ello, ni que se entristezca si este libro es el cierre de la trilogía, como parece vd insinuar...
Ciertamente, Insólitas es una antología muy potente: seguro que cuaja.
Insólitas está cuajando, querido amigo. Veo reseñas por doquier. Y, en efecto, la trilogía llega a su fin, pero la autora sigue siendo traducida con otras obras en castellano, por fortuna. :)
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