El bosque de Amanecida




EL RESURGIR DE LA TERCERA NATURALEZA

El bosque de Amanecida es el primer volumen de la saga La llamada, perteneciente a la colección Literatura Juvenil de la editorial librosenred. Se encuentra disponible en formato papel, para todos los que desean el placer de un libro entre las manos. Se trata de la modalidad denominada impresión bajo demanda, mediante la cual cada lector solicita su pedido y recibe su ejemplar a domicilio. Además, existen dos formatos digitales, uno en PDF y otro en PUB.


La venta se realiza exclusivamente por internet a través de la página de la editorial: 

http://www.librosenred.com/libros/lallamadaelbosquedeamanecida.html


Sinopsis:

En su primera salida nocturna, Aurora conoce a un chico que despierta en ella interés, atracción y algo de lo que no puede prescindir. Por su parte, Arturo siempre había considerado que tenía una maldición; pero desde el preciso instante en que toma contacto con ella, cambia de parecer. Ambos se saben tocados por un componente sobrenatural. Cada vez que se unen en el plano físico, sus habilidades se expanden hasta límites insospechados.

Arturo se siente atraído por la energía que irradia Aurora. Tras el primer contacto, se dan cuenta de que tienen algo que les hace únicos. Muy pronto descubren que las diversas relaciones que mantienen con otras personas se van viendo alteradas hasta el punto de cambiar sus vidas. Llega un momento en que las sensaciones los desbordan; a partir de entonces incluso la relación de los protagonistas se verá amenazada. 


Fernando Gómez Mancha, autor de "37 lápices de Grafito" y "Cécile y las estrellas" dijo esto:

http://fgmanchalecturas.wordpress.com/2012/11/10/la-llamada-el-bosque-de-amanecida-de-erika-cipre/




Voces del Bosque

Enero de 1.994:
"En mi barrio vive Johnny Blaze".

Mi barrio a las siete y media de la mañana es bastante tétrico. Oscuro, retorcido, lleno de recovecos... Y para colmo, pese a que más gente sale a trabajar en ese instante, yo siempre lo encuentro solitario. Los lunes no son duros, no; son patéticos. Bajo las escaleras con los ojos pegados y la hora justa para coger el tren, que es la única opción para llegar al instituto.

Qué frío... Y qué agobio. Existen diferentes maneras, todas crueles y perversas, de empezar un lunes. Pero hacerlo con Educación Física a primera hora de la mañana se lleva la palma. Entre otras cosas, porque para ello es necesario cargar con la bolsa de deporte hasta la bola, con la toalla, la muda y demás bártulos. Ay... Quien no se consuela es porque no quiere. ¿Por qué me quejaré del lunes si el martes es mil veces peor?

El martes, además, los que habíamos escogido la optativa de Diseño, transportábamos aparte del petate, la carpeta de dibujo tamaño A3. Qué cruz... Se presupone que la mochila a la espalda de cada día ya es bastante engorro. Qué ardua tarea para alguien que viene de fábrica con horario nocturno. ¡Esta es mi hora de dormir, leche!

En eso andaba pensando esta mañana cuando fui víctima de una visión. Como salido del cómic, me topé de frente con Johnny Blaze. Como te lo cuento. Igual de rubio y todo. Con los mismos pantalones que usa para subir a su moto. Y con el mismo careto de tipo duro, sin afeitar. ¿Que no te lo crees? Bueno, pues eso es cosa tuya, porque yo tampoco estoy muy segura de saber de dónde salió exactamente. Pero de repente estaba a mi lado, esperando el tren.

Lo primero que pensé fue que me había quedado dormida en la estación. Pero tras comprobar la hora, la situación, y recordar mentalmente todo lo que debía hacer en aquella jornada, me percaté de que seguía despierta. No saludó, así que yo tampoco le dije nada. Me limité a mirarle de reojo. Una vez. El pelo largo, a media espalda. Si es que era igual.

Otra vez. La chupa de cuero y una mochila negra sobre un hombro. Ostras, casi me pilla. Eché un vistazo al andén, porque sentí la cercanía de un tren. Otra vez. La madre que lo parió, qué tío más bueno. Cuando se lo cuente a Karen, se va a quedar tiesa, pensé. Se lo ha perdido por griposa.

Efectivamente, el tren llegó. Yo me quedé esperando que se detuviese, para acceder por la puerta más cercana a mí. Él, en cambio, echó a andar hacia el principio, a paso ligero. Le contemplé alejarse y subí. El cielo había decidido que ya tenía suficiente ración de dicha por hoy. Y me tuve que conformar.

Después de todo, parece que los martes tienen algún estímulo.

Aurora.



Octubre de 1.996:
Quién será esa chavala.

Ya es la tercera vez que me fijo en una de las alumnas que han llegado nuevas. Lo que más me llama la atención es que llega demasiado pronto. A la clase, quiero decir. Porque los demás llegamos bien de tiempo, pero nos entretenemos fumando en los servicios. Sin embargo ella se sienta, saca un lápiz y se pone a dibujar.

Luego, conforme los demás entramos, va ocultando de manera sutil sus dibujos, que nunca puedo contemplar de cerca. El profesor de Historia es el primero en visitarnos casi todas las mañanas. Ver sus ojos de besugo es lo suficientemente deprimente como para no irritarle más de la cuenta. Lo que soy yo, siempre llevo la tarea hecha, por si se le ocurre corregirla. Pero ella, que se sienta delante de mí, junto a la ventana, debe tener otra opinión.

Mantiene el libro abierto por la página adecuada, aunque su cuaderno no muestra señal alguna de notas. Sólo de vez en cuando, sustituye el papel de dibujo por el folio de la asignatura. Como si la clase de Historia tuviese un interés secundario. Dedica unos instantes a observar al profesor tras alguna de sus explicaciones, como si quisiese indagar en la veracidad de sus palabras, y asiente. Acto seguido, vuelve a sumergirse en sus creaciones.

Nunca consigo ver lo que dibuja. Al acabar aquella hora, que se me hizo eterna intentando alzarme con disimulo para husmear, estuve fijándome en Ramón, el chico que se sentaba a su izquierda. Al parecer, él también se había percatado de la curiosa afición de nuestra compañera. Nuestras miradas se encontraron, en un gesto que a los dos nos dio a entender lo mismo.

Y justo cuando estaba a punto de darle la espalda, ella cogió su cuaderno de dibujo, pasó por delante de Ramón, dedicándole una breve sonrisa adormilada, y vino derecha hacia mí. Me hizo una señal inequívoca para que la siguiera, y se detuvo en la última ventana. Tomó posición en el alféizar, abrió su cuaderno y me lo enseñó.

No me lo podía creer. Había dibujado a varios personajes que me resultaron figuras remotamente humanas. Su trazo era tan realista, que aquellos seres me asustaron un poco. Todos miraban al frente, directamente a los ojos de quien se atrevía a contemplarlos. Me sacudió un escalofrío que ella percibió. Entonces, cerró su cuaderno de golpe.

-A estos los he visto alguna que otra vez en sueños. Ya sé que asustan un poco, pero son inofensivos, no te preocupes. Mañana intentaré retratar algo que te atraiga más, -me dijo.

No supe muy bien cómo tomarme su comentario. Así que tardé un rato en responder, pero fui directa al grano:

-Lo haces muy bien. ¿Por que no dibujas algún tío guapo?

-Vale. Para mañana, tíos guapos.

Martina.



Agosto de 1.998:
Te voy a vender al peso.

Joder, macho. Nos pasamos el año esperando que llegue el verano para poder reencontrarnos con la gente que ya no vive aquí. Y cuando por fin se acerca la fecha, va JJ y empieza a protestar. Que si hace calor. Que si no puede dormir por las noches. Que si le pican los mosquitos. ¡Ay, mi madre! Qué plasta, el tío. Ese ha sido su tema de conversación durante los primeros días. Ya la experiencia nos hace ver que hay algunos acontecimientos que le ponen nervioso...

Por suerte, pronto empezó la actividad veraniega. La primera semana de julio llegaron tres coches de fuera. Antiguos residentes con sus familias. Gusta volver a ver a la gente que se crió aquí.

La segunda semana fue más animada. Llegaron por lo menos cinco coches más. O seis. No me acuerdo. Más de lo mismo. El pueblo es bastante aburrido cuando somos pocos, así que pasar en unos días a ser el doble de habitantes, hace que la gente tenga de qué hablar. La cantina se pone a reventar y a todos nos presta sentirnos acompañados. Es como si nunca se hubiesen ido.

Una tarde bajaba en coche al pueblo de al lado, cuando divisé un mozo que me resultó conocido. Así al pronto no supe quién era, pero estaba seguro de que le conocía. Subía por la acera, conque paré el coche frente a él, en un frenazo que le sobresaltó. Abrí la puerta, bajé, me coloqué delante y me lo cargué al hombro.

Conforme pataleaba, le iba moviendo sobre mí, para estar seguro de lo que quería averiguar. Por fin dejó de acordarse de mis antepasados y prestó atención cuando lancé el veredicto:

-Noventa kilos. Por lo menos. Este año vienes cebado.

Le solté y le miré a la cara. Aún estaba colorado, intentando recuperar el resuello, pero la risa se lo impedía.

-Si te llevo al matadero, me forro. Estás hecho un gocho, tío.

Kiko me dio la razón, aún entre risas, echando un fugaz vistazo por encima del hombro en dirección a la carnicería, que estaba justo en la calle de abajo. Todos los años bromeábamos de la misma manera. A decir verdad, Kiko era el único al que echaba de menos el resto del año. Y no se hacía malasangre con mis burradas. La primera vez que calibré su peso, pensé que me iba a correr por todo el pueblo, pero no se lo tomó a mal. Así que entre pitos y flautas, a fuerza de repetirlo cada verano, se ha convertido en una tradición.

Y que sigan siendo aún muchos años. Eso querrá decir que nos sigue visitando.

Javi.