viernes, 27 de septiembre de 2019

Libros leídos en septiembre



Septiembre suele ser el mes en el que se me acumulan los compromisos anteriores al verano y las tareas pendientes, en general. Es inevitable, por mi parte, y empiezo a entender que a otras personas les debe pasar igual... Puesto que también se les ralentizan los proyectos que tenían conmigo. Una sigue escribiendo, corrigiendo, ideando y planificando, mientras salen las cosas.

Y leyendo.


1.- En el nombre del cerdo, de Pablo Tusset.

Este libro me lo prestó una amiga y se ha tirado unos meses en la lista de lecturas pendientes. Igual que «a todos los cerdos les llega su San Martín», a todos los libros apilados les llega su momento especial. Y vaya, me ha pillado el final del verano con ganas de una historia de psicópatas.

He disfrutado mucho de esta novela contextualizada en el cambio de milenio, con un comisario a punto de jubilarse, que no desea quedarse pasado de moda y, poco a poco, se va planteando ciertos cambios y transgresiones. Algunos con el permiso de su señora, ante la que le sale una vena muy entrañable.


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Me encanta cómo están construidos los personajes y cómo se dan las interacciones entre ellos. La relación entre T y Suzanne podría haber incurrido en tópicos, en cuanto Tomás se va de la lengua y le confiesa a su enamorada sus traumas de la infancia, atreviéndose a hablar de cosas que tiene muy enterradas. De no ser porque el Inspector Jefe de la Brigada Central de Homicidios le saca media vida y dos maneras diferentes de analizar las cosas.

Me gustan, también, el humor ácido que lo impregna todo, el contraste entre el Comisario y el agente encubierto y las múltiples referencias musicales, culturales, sociales y literarias, que ayudan a encuadrar la historia en el tiempo.

Mención aparte merece el pueblo ese extraño y misterioso, del que solo se intuye que ha de estar enclavado en una zona pirenaica. La variopinta parroquia, el ambiente ofuscado, la endogamia, las leyendas locales... Por momentos he regresado a mi primer verano en una aldea perdida del Bierzo Alto, donde he pasado algún que otro verano.


2.- Cinco panes de cebada, de Lucía Baquedano.

Otro de pueblos dejados de la mano de dios. Salgo del ficticio San Juan del Horlá y me adentro en Beirechea, Navarra. Este libro lo cogí prestado de mi herbolario de confianza, que es de confianza no solo por lo bien que me atiende la propietaria, sino por ese cesto lleno de libros para todos los gustos que me recibe nada más entrar.

Siempre me ha cautivado el hecho de que un personaje sea sacudido de su contexto habitual, para demostrar su capacidad resolutiva. Le aporta la ventaja de vivir más vidas de las que le tocan a quien se atrinchera en su zona de confort. Es ahí cuando se ponen a prueba su valía, sus habilidades. Y más en una profesión como la de maestra.




Me gusta cómo se retrata esa desconfianza típica de quien llega a un sitio que no conoce y, a la vez, de quien recibe a su alrededor a alguien que no conoce. Ese esfuerzo que deben hacer ambas partes por respetarse, conocerse, ayudarse, entenderse... Está bien reflejada la voluntad de la joven maestra, que tiene muy presente su infancia y tira de sus recuerdos para empatizar con su alumnado pero, por encima de su vocación, se deja ver todo el tiempo el deseo de sentirse útil.

Por otra parte, pese a que la obra tiene ya más de 30 años, esta cuestión de los maestros rurales sigue estando vigente. Se retrata una época en la que la tendencia era irse a la ciudad a prosperar, mientras que ahora hay una retirada de las ciudades; una vuelta a la vida tranquila y natural.


3.- La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Traducción de Fernando de Valenzuela.

Recuerdo ver este libro anunciado por doquier, cuando era muy chica. Por aquel tiempo, no tenía muy claro el significado del concepto “levedad” pero, el título me conquistó. Desde entonces, han sido muchas las personas que me han recomendado esta lectura. Y, en unas de esas donaciones altruistas que hacemos los integrantes del Club de las Letras de Santa Fe, apareció un ejemplar. De modo que me lo pedí.

Entiendo perfectamente por qué me han hablado tan bien de esta historia: cuenta con un narrador que parece que lo sabe todo –no solo en cuanto a lo que a sus personajes se refiere, sino sobre la vida, en general– y con referencias constantes a la mitología y a la filosofía, así como al psicoanálisis.


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Kundera se muestra como el perfecto observador. Su historia sirve de excusa para cuestionar los preceptos de la religión. Las situaciones que describe mediante las interacciones de sus personajes, no son más que una manera de ayudarse a reflexionar sobre lo cotidiano. Algo tan mundano como las relaciones entre hombres y mujeres sirven de base para hacer un exhaustivo análisis social, político y filosófico de la vida. Muy necesario, por cierto, en esa época de represión intelectual que, como artista, le tocó vivir tras  la invasión soviética a la antigua Checoslovaquia. Así, deja constancia de las secuelas del socialismo inmovilista, de la Primavera de Praga, del exilio, de la degradación de un cirujano hasta convertirse en limpiacristales... Y los lectores se cuestionan desde la perspectiva de sus personajes, todas las posibilidades que se plantean –y las que no– como alternativas a cada final.



4.- «Elevamos sueños/Maldito escalón», microrrelatos seleccionados de los Premios IASA 2015-2017. Editado por IASA ASCENSORES.

Lo vi por la Biblioteca de Santa Fe y recordé que yo participé en la edición de 2017. Al leer a todos los finalistas de cada convocatoria, me doy cuenta que unos sintagmas dan más juego que otros. Al menos, me da la impresión de que los microrrelatos quedan más limitados y pobres, en general, si están condicionados por un sintagma con connotaciones negativas, en comparación con los que utilizan un sintagma que bien podría ser una promesa o un hermoso recuerdo.


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Y es que la condición para participar en el certamen, en ambas ediciones, era que en el texto apareciese el sintagma dado.


5.- Rosa candida, de Auður Ava Ólafsdóttir. Traducción de Enrique Bernárdez.

La primera lectura del Club de las Letras de Santa Fe prevista para este curso. Una de las compañeras nos puso los dientes largos al decir que ella ya había leído el libro este verano y que la autora había sido un gran descubrimiento para ella. Corroboro que yo también me he quedado con ganas de más.

Si bien es cierto que el libro presenta ciertas particularidades en la escritura –marca de la casa–, de manera que, a veces, junta dos ideas en la misma frase, las descripciones resultan fuera de lugar, o existe cierta confusión entre lo que dice un personaje y lo que responde otro, la historia es muy curiosa: un joven apasionado de la jardinería, se lanza a la aventura de intentar resucitar la mítica rosaleda de un famoso monasterio con el objetivo de entretenerse en hacer lo que mejor saber hacer, a la vez que reflexiona sobre su situación personal. Envuelto entre plantas, se siente cerca de su difunta madre, y trata de definir cómo percibe su reciente paternidad y la relación con la madre de su hija, con la que no sabe cómo relacionarse.


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Me ha encantado el personaje principal, Arnljótur, un joven islandés de 22 años que piensa constantemente en la muerte, el cuerpo y las plantas, según confiesa él mismo. Sus ideas, no obstante, van ampliando el cerco, según conversa con el padre Tomás, hasta que terminan centrándose en la familia, su responsabilidad como padre, el amor, la compañía. El muchacho habla latín y parece que está viajando por el sur de Europa, según lo que cuenta. Describe con precisión su tierra, su invernadero, todo lo aprendido gracias a su madre y la rosaleda del monasterio, pero en ningún momento da ninguna localización, ni referencia histórica o cultural.

El libro, que ganó cinco premios entre 2008 y 2011 –y resultó finalista en otros tantos– es un gancho en la mandíbula a las historias dramáticas. Casi con un planteamiento de novela juvenil, la autora cuenta lo preciso, según se le pasa al protagonista por la cabeza, directa y honesta. Tan carente de adornos como de cargas emocionales innecesarias, expone situaciones de gran crudeza contrapuestas a una ternura permanente, como la que destilan las conversaciones telefónicas con su padre, o las rutinas con su bebé.


Esto ha sido todo. ¡Gracias por pasarte a leer! 
Es posible que en dos semanas tenga alguna noticia que dar...


4 comentarios:

Jose Manuel González dijo...

Muy cierto eso de que septiembre es un mes para solventar citas largamente aplazadas, pero desgraciadamente en mi caso, no son citas literarias y sí del (tedioso) ámbito doméstico las que me ocupan este mes, robándome tiempo de lectura. Tomo pues nota de estos libros para octubre.

Erika Cipré dijo...

¡Ánimo con esos asuntos domésticos! Seguro que pronto consigues mantenerlos a raya.

SANDRA DE OYAGÜE dijo...

Muy buenas tus reseñas. Comparto tu opinión sobre la Insoportable levedad del ser, un libro que me encanta. Los demás no los he leído, aunque si conozcó a la autora de Rosa Cándida, pues acabo de terminar Hotel Silencio, su otra novela y me ha gustado mucho.

Erika Cipré dijo...

¡Muchas gracias, Sandra! Por cierto, ya eres la segunda persona que me habla de Hotel Silencio. Tendré que ir a por él.