He dejado pasar tres
meses desde mi última entrada, lo sé. Podría pensarse que no ha sucedido nada
relevante en este tiempo, aunque lo cierto es que hemos hecho lo posible por mantener la cultura a flote. Prueba de
ello es la tercera edición de Florescencia,
Ciclo de Poéticas Contemporáneas que tuvo lugar en Doméstik, la casa de la artista Tarha Erena
y que, debido a las ganas de directo, incluyó recital musical. También podrían
mencionarse las obras que se han estado escribiendo en prosa y verso y las que
se están revisando y corrigiendo, incluso. Y los proyectos que van naciendo a
raíz de los escasos encuentros entre artistas... Pero no nos vengamos arriba y
vendamos humo, que la realidad es la que es.
Muchos somos los
autores que, de una manera u otra, hemos
vivido la pandemia de manera creativa. Unos negándose la capacidad de
crear, otros llenando el tiempo, otros oscilando entre todos los estadios
intermedios y algunos fluctuando de convicción con respecto a la conveniencia
de ser productivo. Pero, desde luego, el encierro, la enfermedad, la reclusión,
el miedo al contagio, la desidia, la muerte, el análisis, las perspectivas, el
contraste de información y la búsqueda interior han sido las constantes que nos
han marcado.
Hemos tenido ocasión
para todo, con este parón forzoso: para echar en falta la compañía, recordar
las primaveras pasadas, anhelar el verano como la oportunidad de resarcirnos de
la reclusión; para volver a sentirnos defraudados, poner nuestras expectativas en
diversos sectores de la sociedad y ver esfumarse ante nuestras narices los locales,
los bolos y las Ferias del Libro... Hemos
tenido que renunciar a la mayoría de las oportunidades de actuar para nuestro
público y ahora oteamos el horizonte de la vuelta al nuevo curso con
sentimientos encontrados entre las prohibiciones y las obligaciones.
Ivonne Sánchez–Barea ha sido una de las
autoras que ha aprovechado al máximo su tiempo de quedarse en casa. No ha sido fácil, aunque tampoco se ha
dejado vencer; eso es lo que nos cuenta en esta obra híbrida llamada «PAN
de MÍA». La autora nos habla de cómo las noticias, el ambiente opresivo y la
lejanía en el espacio de sus seres queridos le jugaron en contra; de cómo ese
miedo la amenazaba; y de sus intentos para forjar las armas necesarias para transformarlo
en mensajes imperecederos de ánimo, de fuerza y de esperanza.
Quizá
uno de los actos más hermosos de un artista sea la colaboración con otros
artistas. Desde diversos puntos del mundo, el prólogo de
Mateo Morrison, las introducciones de Pedro Enríquez y de Luis Alberto Ambroggio,
así como los comentarios y las reseñas finales, redondean el propósito de la
autora y arrojan más luz a estos tiempos sombríos.
Carmen Restrepo
Casabianca, Claudia Torres Jaramillo, Antonia Cerrato Martín–Romo, Antonio
Portillo Casado, Inmaculada Nogueras Montiel, Emilio Ballesteros A., Isabel A.
M. Miralles, Jesús Amaya, Isabel Rezmo, Antonio Roldán García, Julio César
Arciniegas Moscoso, Tarha Erena Sarmiento López, María Ángeles Lonardi, Jesús Martínez
Linares y yo misma hemos contribuido a
arropar a Ivonne en este recorrido angosto y oscilante.
Adéntrate sin miedo y no
dudes en manifestar tu estar.
Me voy de vacaciones y espero que tú también disfrutes lo que queda de verano. Si todo va como debe ir, a finales de septiembre podré anunciar alguna novedad.
¡Gracias
por pasarte a leer!